MÉXICO - Con señas que viajan a través del aire, Patricia Barrera le demuestra su cariño a su hijo, a quien no ha podido acercarse desde hace 10 meses.
"Eso me ha desgastado mucho, me ha dolido, no tienes idea", dice Barrera.
Como enfermera de terapia intensiva de un hospital COVID, la mujer de 43 años ha perdido toda posibilidad de tener contacto con las personas que más ama, incluso, el día en que esa enfermedad le arrebató a su padre.
"Yo tengo que estar aislada totalmente de mi familia, duermo en un cuarto especial, tengo mis trastes, mis utensilios de comida, de cocina, mi propio baño, hasta mi lavadora es exclusiva para mi ropa", detalla Barrera.
La vivienda de esta sobreviviente de la pandemia se ha reducido a una pequeña habitación cubierta de plástico, y lo peor es que solo puede ver de lejos y un breve instante por la noche a su pequeño de 8 años.
La historia de esta enfermera es la que todos los días viven miles de empleados del sector salud en México, los cuales han depositado sus esperanzas en la vacuna que hoy comenzó a aplicarse de forma masiva.
Y mientras las brigadas aplican las dosis a todo vapor, Barrera reza frente a las cenizas de su padre, por poder estar con los suyos, pero sobre todo porque la pesadilla que diario vive en su trabajo, termine.
"No te da tiempo de llorarle a ese muerto, de expresarle el dolor que tú estas sintiendo por su partida porque atrás tienen 3 o 4 ingresos más", cuenta Barrera.
Por ahora ella y su hijo soportan la situación con terapia, pero el paso del tiempo está dejando cada vez más cicatrices en su corazón y su alma.